Como ocurre con la mayoría de las patologías crónicas, la Fibrosis Quística consume mucho tiempo personal y familiar debido principalmente a la complejidad y a la carga diaria del tratamiento que, junto con la incertidumbre de posibles complicaciones futuras, dan lugar a índices de ansiedad y depresión en el colectivo FQ entre dos y tres veces más altos que en la población general sana.
Además, en los últimos años ha habido importantes cambios sociales y sanitarios, como la pandemia de COVID-19, y también cambios en el tratamiento de la Fibrosis Quística, como la aparición de los moduladores CFTR. Todo ello ha supuesto un nuevo desafío para el colectivo FQ, que ha tenido que adaptarse y plantearse un futuro diferente.